El Entintador come fogatas y no siente el hielo.
Está en camino, en el medio. Se detiene a mirar de nuevo el
cielo: es verde oscuro y oculta secretos a gritos; el Entintador los sabe.
Conoce el dibujo que traza esa mano. Apunta hacia él pero no lo alcanza.
También él dibuja, y aguarda fogatas y minúsculos hielos que
caigan al suelo. Con los instrumentos a mano, el hilo se tensa y él confirma el
rumbo: ahora viene de ese lado. Dibujará profundamente dibujos ya listos aunque
no empezados. Corren en la sangre de alguien que usa sal para quedarse en vela,
y que todavía no lo sabe (de la sal y de los dibujos en su sangre).
El Entintador come fogatas y no siente el hielo. Huele el humo y
traga una pausa, una sola antes de eso.
“No puedes circunnavegarlo, ni combatirlo ni convencerlo”
Empieza de nuevo. Siempre de nuevo.
Gracias que existen los conjuradores…