Somos Nilda y Paula. Compartimos este proyecto que comenzó con la fascinación por la transmisión de saberes como experiencia humana básica. A partir de esto, nos pusimos a pensar en el valor de la insistencia que se pone en juego en la repetición ritual de lo artesanal.

Y nos encontramos con un mapa. Este mapa es interminable y nunca se queda mucho tiempo igual. Apareció el Entintador, que repara en itinerarios y revela rutas. Estamos ahora en exploración de las cartografías que nos marca a veces en la tela, otras en papel o en la piel; en palabras, escritas, nombradas, hechizadas.

Te invitamos a hacer tu recorrido.

miércoles, 25 de junio de 2014

I

El Entintador come fogatas y no siente el hielo.
Está en camino, en el medio. Se detiene a mirar de nuevo el cielo: es verde oscuro y oculta secretos a gritos; el Entintador los sabe. Conoce el dibujo que traza esa mano. Apunta hacia él pero no lo alcanza.
También él dibuja, y aguarda fogatas y minúsculos hielos que caigan al suelo. Con los instrumentos a mano, el hilo se tensa y él confirma el rumbo: ahora viene de ese lado. Dibujará profundamente dibujos ya listos aunque no empezados. Corren en la sangre de alguien que usa sal para quedarse en vela, y que todavía no lo sabe (de la sal y de los dibujos en su sangre).
El Entintador come fogatas y no siente el hielo. Huele el humo y traga una pausa, una sola antes de eso.
“No puedes circunnavegarlo, ni combatirlo ni convencerlo”
Empieza de nuevo. Siempre de nuevo.
Gracias que existen los conjuradores…


II

Hay una hora en la madrugada cuando la luz susurra “¿qué pasaría si no volviera nunca?” Y la noche se desmorona sobre los párpados, y el miedo te trepa por el cuerpo con la promesa de no soltarte nunca, hasta que el mundo entero retiene el aliento para ver si está realmente solo o queda alguien más que lo salve. Espera que sí, pero no sabe...
A esa hora llega el Entintador y entra sin que los guardias ni los búhos ni los espías den muestra de notarlo. 
Había fantasmas por el patio. Se amontonaban junto a los rescoldos de alguna fogata a la que no se atrevían. Y velaban porque no podían dormir. Y no actuaban porque no podían despertar. Era una pesadilla vivir y soñar. Daba lo mismo. Se habían acostumbrado

III

Dormir es lo más fácil del mundo: sólo hay que cerrar los ojos, y se cierra el día. Cerrar los ojos, nada más. En tiempos normales de soles y lunas, dormir es tan irresistible como estar vivo. Como respirar.
Pero existen tiempos en los que todo cambia, y lo que era ya no es más. En tiempos como esos, cerrar los ojos puede ser el final: cierras los ojos y se cierra el mundo, o te traga el abismo. Para siempre.
Lo que se acaba es el tiempo; lo que llega, la oscuridad.
El Entintador lo sabe mejor que nadie, lo sabe cada vez. Y también lo sabe ella, la que sueña. Pero todavía no ha encontrado el sueño que se lo cuente. Cuando lo haga, habrá llegado el momento.
El Rey de la Lluvia hace rato que llegó.

puntadas que dibujan caminos

puntadas que dibujan caminos
S/T bordado sobre papel